Maria Wannaji se sentó serena en su cojín de meditar. Su fiel compañero, el que sabía su vida entera, el que aguantó alegrías, miedos, enfados y contradicciones, siempre estaba dispuesto a sostener su cuerpo mientras ella viajaba a su mundo interno.
A veces lo usaba para la práctica en silencio, para sus talleres de tantra, como asiento cuando asistía a las reuniones online, en las terapias a distancia, en los encuentros de trabajo. Pero sobre todo, el cojín estaba cuando Wannaji escribía sobre su vida. Nadie sabía, ni ella misma, si todas aquellas historias recogidas en el Notes del Smartphone eran reales o inventadas por su mente. Pero no importaba. Cada una de ellas le había regalado una nueva mirada. Cada relato contado, le había abierto las puertas a un paisaje distinto, a veces bello y otras muchas tormentoso. Desde aquel lugar, descubrió que su cojín había estado el templo en el cielo desde el que contempló el infierno y, al mismo tiempo, el lugar del infierno que le mostraba el cielo. Cielo e Infierno, las dos caras opuestas de una mente dual que transitó angustiada durante muchos años. Dos lugares en un mismo espacio, que por fin acogía abriendo su corazón.
Fragment d'un llibre encara per néixer.
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